Burdeos. Cuarenta y dos grados a la sombra. Me topo con un café que presume orgulloso de ser “amigo de la Tierra” porque no tiene aire acondicionado. Como si obligar a la gente a sudar en su ropa mientras bebe un té tibio fuera un acto ecológico radical. Estuve allí la semana pasada, cuando la ciudad batió su récord histórico con 41,2 °C, superando el del 2003. En ese calor, negarse a poner aire acondicionado no es acción climática: es un castigo.
Esa es la hipocresía de nuestros tiempos: ponemos etiquetas como “sostenible” o “eco-friendly” a lo que en realidad no es más que recorte de gastos, y luego se lo vendemos al cliente como consumo ético.
La ironía es que, al mirar su web oficial, no hay ni rastro de una práctica ESG seria. Ni energía renovable, ni reciclaje, ni proveedores locales, ni infraestructuras adaptadas al clima. Ninguna certificación, ningún informe de transparencia, ninguna declaración de gobernanza. En resumen: su supuesto compromiso “amigo de la Tierra” no es una estrategia, es puro marketing.
Si (como yo) realmente quieren salvar el planeta, empiecen por su cadena de suministro, por su mix energético y por la gestión de residuos. Hay profesionales que saben hacerlo en serio y que también saben detectar el greenwashing cuando lo ven. Gente como mi amigo Willy Legrand, que lleva años denunciándolo.
Pero, por favor, no me digan que están salvando el planeta porque mantienen el aire acondicionado apagado mientras el asfalto de fuera se derrite.
Simone Puorto