Cada semana, los señores Soler y Loeb me piden que escriba unas líneas, a veces serias, a veces con humor, casi siempre con la intención de abrir un debate. Pero de vez en cuando aprovecho para compartir algo que me produce una auténtica alegría. Esta semana toca eso.
Quiero hablar de la traducción en tiempo real. Hay algo profundamente emocionante en ver cómo lo imposible se convierte en realidad. Entre todos los avances tecnológicos – muchos sobrevalorados – este sobresale con luz propia. Traducir una conversación en directo, ya sea por voz o por vídeo, no es simplemente una función ingeniosa: es un logro humano. Es el gran derribador de barreras, la herramienta que nos hace sentir que el mundo es más pequeño y cercano.
Recuerdo perfectamente la primera vez que lo vi: aquel pequeño dispositivo de Google capaz de traducir un diálogo cara a cara. En ese momento ya lo celebramos como un paso hacia el futuro. Hoy, esa tecnología está integrada en nuestros móviles, ordenadores y videollamadas. Las pausas incómodas y frases torpes van desapareciendo para dar paso a conversaciones casi naturales.
Pero esto no es solo cuestión de inteligencia artificial. Es, sobre todo, el fruto de una colaboración humana inmensa. Ingenieros, lingüistas e investigadores llevan décadas trabajando en la traducción automática, desde los sistemas basados en reglas hasta las redes neuronales actuales. Miles de millones de conversaciones y datos lo han hecho posible. No es un logro exclusivo de una empresa, sino de toda la humanidad, que por fin logra derribar un muro milenario.
En esencia, esta tecnología es profundamente democratizadora. Da voz a quienes antes no la tenían. Permite que un pequeño empresario negocie con un proveedor al otro lado del mundo sin traductores ni costes adicionales. Acerca a familias separadas por continentes, superando barreras lingüísticas que antes parecían infranqueables. Convierte una simple videollamada en un intercambio genuino.
A menudo hablamos de los riesgos de la tecnología, de lo que puede quitarnos. Pero aquí tenemos un ejemplo claro de lo que puede darnos. No se trata de sustituir a las personas, sino de empoderarlas. De favorecer la empatía, la comprensión y la conexión a escala global. Vale la pena detenerse y apreciar la magnitud de este logro. Es un testimonio de nuestra creatividad colectiva y de nuestro deseo de acercarnos unos a otros.
La vida está llena de tecnología. Y, a veces, es sencillamente hermosa.
Mark Fancourt