¿Alguna vez has mirado a la recepcionista mientras escanea tu pasaporte y pensado: “Vale, pero… ¿dónde acaba todo esto?” Yo sí. Siempre. Luego me distraigo con el minibar bajo llave o con la contraseña del Wi-Fi escrita en el reverso del mapa.
Pero en realidad, habría que preguntarlo. Siempre.
En la última filtración aparecieron cien mil copias digitales de documentos: pasaportes, DNI, incluso carnés de conducir. Lo llaman “data leak”, pero lo único líquido aquí es el sudor frío. No es hospitalidad, es necrocapitalismo hotelero: acumulación obsesiva de datos, almacenados durante décadas en servidores tan firmes como una caja de zapatos mojada o, peor aún, en archivadores oxidados.
Circulan algunos nombres (Ca’ dei Conti en Venecia, el Continentale en Trieste – de momento solo rumores), pero ese no es el punto. El punto es que en demasiados hoteles sigue ahí el pasaporte de 2012 del señor Müller, de Düsseldorf, congelado en una base de datos que nadie actualiza y todos ignoran.
Hemos normalizado la idea de que la identidad es solo un trámite para fotocopiar y olvidar. Que el archivo importa más que el huésped.
Y así, mientras los documentos se pasean por la dark web, el sector guarda silencio. Sin transparencia, sin asumir responsabilidades, solo un secreto compartido.
El verdadero escándalo no es el robo. Es el archivo.
Hasta la próxima semana,
Simone Puorto