Año del Señor 1999. Escenario: un hotel dirigido por monjes trapenses. El sitio web era una liturgia HTML: silencio, acogida y… keyword stuffing. Iniciado en el arte del sinsentido redentor, dejaba en el pie de página – blanco sobre blanco, tamaño 6, Arial Crisis Mística – reliquias pixeladas como “Pamela Anderson SexTape”.
No por blasfemia gratuita, sino porque Altavista caía siempre (el Señor, menos… pero esa es otra historia).
Era SEO herética, un sacrilegio semántico que premiaba el pecado original de la visibilidad. Bastaba susurrar “tetas” en la oscuridad del algoritmo para ascender a la gloria.
Salto al 2025. Creíamos que la web había evolucionado, que el contenido había tomado el poder, que la utopía semántica estaba al alcance. Ingenuos. Seguimos escribiendo para entidades que no ven, no leen, no desean. Antes eran crawlers, hoy son agentes. Antes era Altavista, ahora es SearchGPT. Cambia el nombre, no el rito.
Es SEO apofática. Una teología negativa del contenido. Mística para circuitos neuronales.
Hemos generado un ecosistema de necro-contenidos: textos paridos por IA, hechos legibles por IA, digeridos por IA. Un soliloquio entre entes sin pulmones. ¿El usuario humano? Reducido a espectro. Testigo silencioso de una web que habla en glosolalia sintética.
Y sin embargo, funciona.
Porque quien sabe hablar al algoritmo – sea Altavista en 1999 o Claude 3 en 2025 – dicta las leyes. No importa la verdad, ni la belleza, ni la humanidad. Lo que importa es ser legible para la máquina. Fluido, estructurado, coherente.
El contenido auténtico se ha vuelto ruido, un susurro en la apocalipsis semántica.
¿Y nosotros? Otra vez, simples porno-hackers para trapenses.
Hasta la próxima semana,
Simone Puorto