Se libra una guerra curiosa, no con balas, sino con dólares de lobby y tinta legislativa. Una batalla contra quienes han hecho una de las inversiones más antiguas y seguras: la propiedad inmobiliaria. Lo que antes era símbolo de estabilidad financiera y pilar de la comunidad, ahora, si posees más de una propiedad, te convierte en enemigo del tejido social. Y en el centro de esta injusticia está la economía de plataformas, que ha transformado una práctica de toda la vida en un objetivo visible y fácil de atacar.
La última ofensiva llega desde España: 60.000 pisos retirados del mercado de alquiler de un plumazo. ¿La justificación? Resolver el problema de la vivienda. ¿La realidad? Se demoniza una práctica tradicional porque la plataforma que la reúne se ha convertido en un blanco cómodo. Es un problema global, y la hipocresía es enorme. Aquí en Las Vegas, ciudad construida sobre la hospitalidad, los alquileres de menos de 30 días son prácticamente ilegales. No por un noble objetivo de vivienda asequible, sino por la presión brutal de las compañías de casinos para eliminar a la competencia. Es un caso claro de monopolio protegido: un mercado entero para familias y grupos, que necesitan alojamientos con varias habitaciones, está siendo estrangulado para preservar el dominio de los grandes hoteles. Y en la mayoría de los casos, estos no pueden satisfacer esa demanda; y cuando pueden, los precios son prohibitivos.
El alquiler vacacional es tan viejo como el turismo mismo. Yo pasé mis vacaciones de niño en este tipo de alojamientos. Hoy, si tienes más de una propiedad, eres acusado de romper el tejido social. La economía de plataformas, con sus brillantes agregadores, ha dado sin querer munición a quienes quieren borrar este mercado. Los propietarios legítimos, que cubren una necesidad real, están siendo marginados, invitados a quedarse en casa.
¿Hasta dónde se quiere llegar? ¿A prohibir toda oferta digital de alquileres de corta estancia? Es urgente encontrar un equilibrio que respete el derecho de un propietario a alquilar su bien, sin que los grandes intereses corporativos utilicen la regulación como arma.
La vida es muy tecnológica. Pero a veces, las grandes batallas se libran por los bienes más tradicionales.
Mark Fancourt