El otro día necesitaba ir apenas unas cuadras. Menos de un kilómetro. Abro la aplicación de Uber, confirmo… y casi me caigo de la silla. Precio dinámico. Casi treinta dólares. Exactamente veintisiete. El conductor, un tipo amable que claramente trabaja para ganarse la vida, me pregunta cuánto costó el viaje. Le digo. Luego le pregunto cuánto gana él. Seis dólares. Por una carrera de veintisiete. En trayectos anteriores, sin precio dinámico, observé que ganaba unos cuatro dólares por la misma distancia. ¡Cuatro! ¿Quién se levanta por eso?
Esto no es un caso aislado. Es un síntoma de la podredumbre del modelo de economía colaborativa. Estas plataformas digitales, auténticos señores feudales modernos, animan a sus trabajadores a salir en horas punta prometiéndoles mayores ingresos. Pero el grueso de ese precio inflado se lo quedan ellas. ¿De qué sirve cobrarle al cliente tres, cuatro o cinco veces más si el que hace el trabajo apenas recibe unos centavos más? Es indignante. Una explotación rutinaria, que se ha normalizado con una facilidad alarmante.
Este modelo, que exprime al máximo al trabajador y lo trata como una pieza reemplazable de un sistema sobrecargado, es justo lo que ha motivado a estados como California a tomar cartas en el asunto. No es solo injusto. Es insostenible. Y sobre todo, es inmoral. Hablamos de innovación, de disrupción… pero lo que han creado es una nueva forma de explotación disfrazada de tecnología. Una clase trabajadora precaria, digitalizada, mientras las plataformas se quedan con el pastel.
Nosotros, que venimos del sector hotelero, una industria basada en el servicio humano y la atención al detalle, ¿cómo podemos mirar hacia otro lado? Esto no es eficiencia. Es avaricia maquillada con una buena interfaz. La supuesta flexibilidad se derrumba bajo algoritmos opacos y comisiones abusivas que empobrecen al que da la cara.
La economía digital necesita una revisión seria. Hay que ir más allá de la comodidad del usuario y mirar con honestidad las prácticas que desvían la riqueza del trabajo hacia los bolsillos de las plataformas. Mientras los que ofrecen el servicio no reciban un pago justo, estas plataformas no serán innovación: serán simplemente fábricas de explotación modernas alojadas en la nube.
La tecnología lo invade todo. Y a veces, simplemente, explota.
Mark Fancourt