¿Os acordáis de cuando Apple molaba?
“Think Different”, decían. Y lo decían de verdad. Anuncios en blanco y negro, copys que ponían los pelos de punta incluso a los creativos veteranos de Wieden+Kennedy, y esa sensación de que el mundo estaba cambiando de verdad. Todavía conservo un póster original de la campaña con Kermit y Jim Henson. Nunca lo venderé.
Avance rápido hasta 2025. Aeropuerto de Ginebra. Me giro y ¡BAM! Un cartel.
«Una idea. Un Genmoji.»
Un mapache hipster. Un perrito caliente antropomórfico con traje cruzado. Una paloma con pinta de trapero quemado. Y ahí está el punto: eso no es lenguaje. Es ruido. Spam visual disfrazado de branding. Es la estética del signo vacío, donde – como decía Barthes – el autor ha muerto y el significado ha sido sustituido por la moda.
Peirce nos advirtió: los signos (sí, incluso los emojis) nunca son neutrales. Son convenciones, símbolos, iconos, índices. Y cuando los tres se producen en masa por un algoritmo, ya no estás comunicando: estás complaciendo.
Wittgenstein escribió: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.”
Si eso es cierto, entonces hoy nuestro mundo está hecho de emojis con traje bailando por unos cuantos likes.
Apple ya no piensa diferente. Apple ahora imita la diferencia.
La formatea. La codifica.
¿Dónde está Jobs? No Steve. Su forma de pensar. Su espíritu iconoclasta. El tipo que quería el silencio como mensaje en su funeral y regalaba copias de Autobiografía de un yogui.
O quizás me estoy convirtiendo en uno de esos viejos que miran obras y se quejan de todo.
Pero al menos, no los dibujo con Genmoji.
Hasta la próxima semana,
Simone Puorto