Hace un tiempo discutí fuerte con un cliente. Quería rebautizar su boutique hotel con un nombre “inspirador”, sugerido por una agencia que sigue viviendo en la época de los folletos impresos.
El problema: ese nombre ya estaba registrado. Lo usaba un pequeño pueblo a 200 km, un centro de psicoterapia y hasta un proyecto de arquitectura con excelente autoridad SEO. ¿Resultado? La identidad de marca se derrumbó como el Imperio Romano tras la muerte de Marco Aurelio (descansa en paz, Maestro).
El tráfico se desplomó, el CPC se disparó, el Quality Score cayó en picado. Y lo peor: el CPA se duplicó en menos de tres meses y el tráfico orgánico se redujo a la mitad.
Roma cayó, otra vez.
El problema es estructural: muchas marcas hoy son solo fachadas bonitas, pero sin consistencia digital. Vivimos en una era en la que un nombre es (también) una consulta, un logo es (también) una puntuación algorítmica y, nos guste o no, la identidad se juega en milésimas de segundo en una SERP o en un LLM.
Si tu agencia ni siquiera se molesta en mirar Google antes de proponer un nombre, eso no es creatividad. Es irresponsabilidad.
Un mal nombre hoy vale menos que un folleto en tu buzón: lo miras una vez y se pierde en el olvido digital. O peor, en la penalización de los algoritmos.
Hasta la próxima semana,
Simone Puorto