
Nunca las cosas se pudieron hacer peor por parte de muchos agentes interesados. La historia empieza con la intención de Frontier, una aerolínea low-cost de Estados Unidos, por comprar Spirit, otra low-cost, en este caso aún más low que la anterior. Las rutas encajaban, el modelo de empresa también, de forma que nada hacía presagiar un problema (Spirit, directa a la quiebra).
Pero entonces aparece Jet Blue, una compañía que de low-cost sólo tiene el nombre, e hizo una oferta mejor. Y siguió pujando desesperadamente hasta que ya no había más remedio que los accionistas de Spirit desistieran de Frontier y se pasaran a Jet Blue. Es muy difícil entender por qué la dirección presentó la operación como si fuera una cuestión de vida o muerte (Spirit Airlines, la low-cost de USA, a un paso de la quiebra).
Pero entonces Competencia dijo que Jet Blue quitaba del mercado un operador importante para mantener la competencia y los precios, por lo que rechazó la operación. Y ahí empezó otro calvario, primero para Jet Blue, que más o menos va saliendo, y después para Spirit, que nunca se ha recuperado.
Hoy Spirit está recién salida de una suspensión de pagos, derivada de aquella crisis. Pero no funciona. La dirección de la compañía acaba de anunciar que, si no consigue dinero ya, no pasará este invierno que también en Estados Unidos es el peor periodo para las tesorerías.
El mensaje de la aerolínea es el siguiente:
“Debido a la incertidumbre para completar con éxito las iniciativas para conseguir la liquidez mínima exigida y tras hablar con las partes interesadas y la gestión, hemos concluido que existe una duda importante sobre si podremos continuar operando en los próximos doce meses desde la emisión de este informe financiero”. No se puede añadir mucho.
Al final, Jet Blue no consiguió su objetivo, Frontier tampoco, y Competencia que había intentado preservar un competidor, parece que tampoco.