
Barcelona ha activado en las últimas semanas un plan para limitar el crecimiento de los cruceros turísticos en la ciudad. El nuevo protocolo firmado por el ayuntamiento y el puerto, establece un tope máximo de 31.000 pasajeros diarios, lo que supone una reducción respecto a los 37.000 actuales (Golpe de Barcelona a los cruceros: “El número de turistas es inasumible”).
Según informa El Confidencial, la idea es reorganizar el tráfico en el muelle Adossat mediante una inversión público-privada de 185 millones de euros hasta 2030. El acuerdo prevé una reducción del número de terminales, que pasarán de siete a cinco. Las terminales A, B y C serán demolidas, y en el lugar de esta última se construirá una nueva terminal pública capaz de atender hasta 7.000 pasajeros al mismo tiempo. Las otras cuatro, gestionadas por operadores privados, seguirán en funcionamiento.
El objetivo es contener los picos de saturación turística y reducir el impacto en el entorno del puerto y el centro de la ciudad. El calendario de actuaciones ya está definido: en 2026 cerrará la terminal Sur y se derribará la C, en 2027 comenzará la construcción de la nueva infraestructura pública y en 2028 se demolerán las terminales A y B.
“Por primera vez se pone límite al crecimiento de los cruceros en la ciudad”, destacó el alcalde Jaume Collboni, que busca frenar el crecimiento y aligerar la presión turística sobre algunos puntos clave de Barcelona. Y es que, desde el anterior protocolo de 2018, el número de cruceristas ha aumentado un 20%, hasta los 3,6 millones en 2024.
Pese al cambio de rumbo, algunos expertos dudan de su efectividad real. El ingeniero y profesor de la UPC, Francesc Magrinyà, cree que el nuevo límite “sigue siendo elevado” y no garantiza una disminución tangible del turismo masivo. En su lugar, cree que Barcelona necesita una revisión profunda, y que medidas como esta, aunque relevantes, pueden quedarse cortas si no van acompañadas de una transformación más amplia.