Parece disparatado hablar de que el primer fabricante de aviones de Estados Unidos pueda quebrar. Pero nada menos que Tim Clark, el presidente de Emirates, acaba de sugerirlo, en el supuesto no muy descabellado de que Boeing no acceda a más dinero para conseguir sobrevivir (Emergencia en Boeing: fin del 767 y 17.000 despidos).
Por supuesto, estemos o no de acuerdo con Clark, nadie duda de que Boeing está hoy en el peor momento de su historia, siempre por fallos propios, lo cual es más ridículo.
El problema para Boeing hoy es financiero: no tiene dinero. Lleva años gastando más de lo que ingresa y, pese a su endeudamiento, las cosas van mal. Es una tristeza llegar a esto, pero es la verdad.
El caos interior en Boeing se ha ido gestando durante años: primero fueron los dos 737 que se cayeron con la ominosa y detestable actitud oscurantista de la compañía, después fue el aborto de la adquisición de Embraer y la desastrosa gestión proteccionista de intentar que Delta no comprara los aviones de Bombardier, hoy A220 y, tras mil problemas con las certificaciones de sus nuevos modelos, la guinda es la huelga indefinida de su plantilla, que tiene una pinta lamentable.
Poco a poco la quiebra se ha ido haciendo más verosímil, más posible, al punto de que hoy ya es probable. Nadie quiere pensar en lo impensable, porque la historia de Boeing no merecería su final en esta situación.
Lo normal es que, si quiebra, algo probable pero no seguro, suspenda pagos y quede unos años protegida por el capítulo 11 de la ley mercantil americana hasta que reconstituya su capacidad financiera y productiva. En otras palabras, hasta que se refunde también en lo económico.