Periódicamente, cada año o así, aparece en estas páginas una controversia relacionada con el control aéreo español, normalmente un incidente de riesgo. En principio, nosotros los periodistas no disponemos de elementos de juicio directos para opinar con propiedad sobre el control aéreo, porque no tenemos una relación directa con ellos y, mucho menos, podemos comparar su calidad en relación a un estándar imaginario.
Sin embargo, hay un colectivo, el de los pilotos de avión, que trabaja diariamente en contacto directo con el servicio español de control aéreo. Más significativo aún: trabaja también casi diariamente con los controles aéreos de otros países europeos, de forma que pueden ver, comparar y opinar con propiedad.
A raíz del virtual cierre de Palma el pasado 15 de agosto, debido al anuncio de mal tiempo, Ryanair dijo que el control aéreo se había excedido, y los controladores, por su parte, pusieron el grito en el cielo, diciendo que ellos velan por la integridad física de los viajeros.
Este es un argumento bastante estúpido porque con ese motivo podrían justificar cualquier conducta, ya que todo lo que hacen en última instancia podría desembocar en una catástrofe aérea. Aquí habría que explicar técnicamente la decisión, por cierto cuestionada por personas que dicen conocer la situación.
No obstante, mi asunto es otro: cada vez que aparecen historias de este tipo, los pilotos de avión infaliblemente acusan a los controladores españoles de anticuados, incompetentes, desfasados y, sobre todo, creídos, en el sentido de que encima piensan que son los mejores. Que lo digan quienes todo el día trabajan con el control aéreo español y tiene, además, con quienes comparar es para pensarlo dos veces. ¿Qué gana un piloto diciendo que el control español es malo, si fuera bueno? En cambio, lo que gana un controlador hablando bien de sí mismo no me lo cuenten que es obvio.