
Un avión normalmente aterriza tocando tierra con un rango de intensidad entre 1.1 y 1.4G, una medida de la dureza del contacto con la pista. La mayor parte de los aviones comerciales están certificados para soportar ‘colisiones’ con el asfalto de 2G (Primer despegue comercial del A321XLR de Aer Lingus).
Pero este pasado 13 de diciembre, un A321XLR, propiedad de Aer Lingus, con matrícula EI-XLT, tocó tierra en el aeropuerto de Londres Heathrow con una intensidad de 3.3G, lo que automáticamente disparó las alarmas.
A simple vista, no ocurrió nada, pero un aterrizaje de este tipo automáticamente pone en marcha inspecciones adicionales para comprobar si ha habido daños no visibles. El suceso tuvo lugar en un día de mucho viento. Los aeropuertos de Gran Bretaña y, por supuesto, los de Irlanda, tienen frecuentemente condiciones operativas extremas en las cuales es posible que un piloto se vea ante un hecho así.
Desde el pasado 13 de diciembre, el avión está en Heathrow, sin operar, a la espera de los resultados de los test que analizan su estructura. En estos momentos se considera que el tren de aterrizaje deberá ser reemplazado totalmente, lo cual en cualquier caso supondrá varias semanas de paralización.
En España, en 1990, un avión DC9 de Aviaco, el Castillo de Argüeso, con matrícula EC-BIQ, sufrió daños severos en un aterrizaje en el aeropuerto de Mahón, Menorca. Sin embargo, nadie se percató de problema alguno y el avión volvió a Mallorca inmediatamente, con pasajeros, donde aterrizó. Al llegar al aeropuerto de Palma se comprobaron los daños y el avión ya no volvió a operar más, por lo que se desguazó.
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