Tal cual: crecimiento, o sea más turistas; y sostenible, o sea que no cause ningún impacto, porque lo sostenible es aquello que la propia capacidad de regeneración de un territorio se puede permitir. Este es el objetivo que ha dicho la patronal empresarial de Baleares que quiere para el futuro del turismo en el archipiélago, según han reproducido incontables medios. Quieren un cambio, pero un cambio que no suponga un límite al turismo, o sea que siga creciendo. Pero ese crecimiento, añaden, ha de ser sostenible.
Realmente este concepto resulta muy difícil de entender porque Baleares, como incontables otras regiones turísticas del mundo, sólo es capaz de atender a sus visitantes porque importa de tierra firme la gran mayoría de sus productos de consumo, desde los combustibles a la leche, del jamón a la margarina, de los tomates a las acelgas. No es que todo, absolutamente todo, venga del continente, pero sí es cierto que los casi dos millones de personas que en algunos momentos del verano llegan a juntarse en las islas Baleares, ni aunque lo quisieran, podrían ser abastecidos con la producción local. Directamente no basta.
Baleares tuvo en el pasado, pasado bastante lejano, una notable capacidad de abastecer su propio consumo. En los años ochenta del siglo pasado, las islas tenían medio millón de habitantes y contaban con una producción agrícola de cierta importancia. Pero desde entonces a hoy la población ha aumentado, tanto la fija –superando hoy el millón de habitantes– como la flotante, y la producción agrícola ha ido descendiendo hasta el punto de que hoy prácticamente sólo quedan algunos cultivos que por calidad y precio pueden sobrevivir.
En ese contexto, con el miedo a que la caída de los mercados británico y alemán para 2026 pueda ser tan grave como se pronostica, la patronal de Baleares ha anunciado que quiere crecimiento y sostenible.
Curioso, por supuesto.
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