
La caída de los viajes en Francia y en Alemania es importante. Al menos en comparación con lo que ocurre en los países del sur de Europa. Las aerolíneas claman para que les bajen lo que en Francia se llama TSBA, que es tasa de solidaridad de la aviación. Ese impuesto cuesta hoy un mínimo de 4,77 euros hasta un máximo de 120, dependiendo de destino y clase en la que se vuela (Francia: aprobadas tasas de hasta 2.100 euros por viajar en avión).
Esto ha provocado una caída de la demanda que, por supuesto, Ryanair ha denunciado estruendosamente pero que Air France también cuestiona. Ben Smith, el CEO del grupo franco-holandés, dijo que “esta fiscalidad no tiene sentido” porque, aduce, perjudica al país.
Curiosamente, la propia Aviación Civil francesa, que depende del Gobierno, ha mostrado su preocupación porque este año la oferta de asientos de avión aumentó un 1,4 por ciento mientras que en el resto de Europa ronda el 4,6. Para el organismo es preocupante porque esto podría debilitar la posición competitiva de los aeropuertos franceses en las rutas de medio y largo alcance.
Sin embargo, para los ecologistas, el comportamiento de los viajeros no depende de los costes sino de sus preferencias y de los modelos de negocios de las aerolíneas.
Esto, ya ven, es lo que consume hoy la atención de la Francia viajera, preocupada por su futuro.
