
Veo en las pantallas del aeropuerto de Mallorca que está ecológicamente acreditado. Aparecen allí todos los documentos. Certifican que aquello es sostenible. No lo dudo, porque lo dicen las organizaciones especializadas en emitir estos documentos que siempre dan una tranquilidad.
Hace veinte años, este y todos los aeropuertos de España contaminaban. Y no lo sabíamos porque nadie se dedicaba a certificarlo. Eran otros tiempos.
En aquellos años, cuando uno llegaba al aeropuerto de Mallorca, veía delante un enorme aparcamiento de autocares. Parecía más un aparcamiento de autocares con una pista aérea añadida que al revés. Los turistas, al llegar, se iban a los hoteles en esos autocares. Uno por cada cuarenta o cincuenta viajeros. Pero no era ecológico porque nadie lo certificaba.
Hoy todo ha cambiado. Uno llega al aeropuerto y ya prácticamente no hay más que unos pocos autocares. En su lugar, los turistas van en coches alquilados o, como mucho, en unas furgonetas negras en las que cabe una familia y que ponen “Extra Luxury” por todo. Como el número de turistas se multiplicó, el río de coches entrando y saliendo al aeropuerto es increíble.
Pero hoy el aeropuerto es ecológico. Lo dicen los certificados. Treinta coches por cada sesenta turistas. Antes no era sostenible, aunque iban entre cuarenta y sesenta viajeros en cada autocar.
Algo está muy loco en esto de la ecología.
