
He hecho un viaje por Extremo Oriente y casi no vi turistas. Pero tiene un secreto: me levanto muy pronto y visito las atracciones cuando las hordas aún no han llegado. Es una maravilla. Es cierto que los comercios no están abiertos en su mayor parte, pero es que a mí me importa una higa comprar; yo quiero pasear, conocer, visitar y no ser molestado.
Otro tanto hice en otro viaje por Rumanía. Salía del castillo en el que dicen que un día estuvo Vlad Tepes, el inspirador de la novela Drácula, cuando el aparcamiento de autocares empezaba a tener los primeros visitantes. Y otra villa amurallada, maravillosa, la visité cuando no había ni un viajero, un domingo pronto por la mañana.
Después, cuando sobre las nueve de la mañana empiezan a llegar los autocares, entonces me voy a las ciudades, donde las masas son inevitables y uno no diferencia tanto qué es autóctono y qué es de fuera.
Pero esto también se va a acabar porque los turoperadores están estudiando los flujos de viajeros para dispersar los suyos a lo largo del día. O sea que viajar en manada será cada vez peor, porque te harán madrugar más o acostarte más tarde, aunque a cambio de poder estar menos amontonado.
La tendencia para los residentes en los lugares de interés sí que es preocupante: pasan de tener unas horas absolutamente insoportables a tener todo el día incómodo. Llegará un día a haber visitas al Louvre de noche, que tiene la ventaja encima de que es compatible con los horarios de Japón y pueden hacer un directo en YouTube con audiencia.