
A muchos les cuesta creer todavía el giro copernicano que Vueling acaba de anunciar en cuanto a su flota. El plan de IAG de abandonar sus Airbus de corto radio por los Boeing 737 supondrá una enorme transformación de la low cost barcelonesa (IAG asigna a Vueling su pedido de 50 Boeing 737).
Los pilotos siguen con especial atención un viraje del que apenas se recuerdan precedentes en el mundo desarrollado. Un cambio de este tipo se ha planificado con tiempo, pero las consecuencias son troncales, ya que se trata del alma de una aerolínea.
Tener una flota homogénea se ha convertido en una de las claves para ahorrar en mantenimiento, con el ejemplo de Ryanair en este sentido. De un lado, se puede sufrir por la alta dependencia si el fabricante tiene su producción colapsada, pero los costes también son más bajos en ingenieros o en piezas.
Hay decisiones sobre rutas o sobre dónde abrir bases que se consideran cruciales en una estrategia aérea, pero ninguna sobre la flota, y más sobre cambiarla entera por el gran competidor a mitad de partida. Pero el equipo de Luis Gallego conoce bien las tripas de sus filiales, y se han ganado crédito para confiar en el acierto de sus órdagos más sonados.