
Pocos, muy pocos, esperaban una caída del consumo de viajeros como estas semanas vienen padeciendo los negocios que viven del turismo. Los fines de semana se ven terrazas medio vacías, y los atascos son menos frecuentes que en invierno. La mayoría está perdiendo ventas, y el que las sube es una excepción.
Los hoteles han preferido menos ocupación pero mayores precios para igualar ingresos del año pasado. Hay un grave problema de personal, tanto para encontrarlo como para que acuda a su trabajo ante un disparado absentismo. Ante el miedo a que la última hora no repunte ya proliferan importantes ofertas, pero las tarifas no son el único motivo que explican menos alegría en las calles.
Las instituciones baleares han apostado por el modelo Airbnb, pese a las evidencias de que el gran beneficiario de este perfil de viajero son los supermercados. Los dueños de estas superficies son vascos, franceses o alemanes, e incluso a escala pequeña del mundo musulmán bañado por el Índico, con los ‘mini-market’, sin producto local.
Con ello, hay menos calidad, pero aunado a ello, se multiplican los mensajes de antipatía. Y no solo de las protestas de cuatro, aunque logren un enorme eco mediático, sino desde los propios gobiernos. Que si más ecotasa, que si se va a ferias a pedir que no queremos a más en verano, que si se reconoce la saturación, o que si se empapela el aeropuerto para regañar al turista.
Precisamente, la terminal palmesana se ha convertido en una de las peores partes de la experiencia. El transporte terrestre ya lo era, con una permisividad absoluta a las frecuentes estafas de taxistas a viajeros. Pero ahora se suma que las campañas públicas le dicen al turista lo que tiene que hacer, en vez de invitarle a disfrutar, a relajarse, a descansar, y a darle la bienvenida.
Habrá quienes celebren con mucho ruido haber conseguido sus objetivos de espantar a los turistas. Pero probablemente haya más que sufren por ver cómo sus pequeños negocios no permiten mantener los gastos y el empleo. El principal culpable son las administraciones, cuya supuesta lucha para abaratar la vivienda se ha traducido en detraer del parque de hogares una quinta parte para que se les explote con un uso turístico.