
Me parece obvio que nadie en las zonas turísticas de España puede ignorar la vinculación que hay entre turismo y precio de la vivienda. Sobre todo en algunos casos entre los que Ibiza, por ejemplo, destaca sobremanera. De la misma forma que podemos decir que existe una relación entre turismo y bienestar económico. Todo tiene relación, de una forma u otra.
Igual que se puede afirmar que la prosperidad de Tarragona y su región tiene algo que ver con el complejo petroquímico, o que la minería ofreció bienestar a Asturias, o que Navalmoral, Almaraz, Cofrentes, Flix y Ascó algo le deben a sus centrales nucleares, o que las refinerías de La Línea, Puertollano o Escombreras contribuyeron a que esas ciudades y sus áreas de influencia sean lo que son.
Esas influencias tienen claroscuros, por supuesto. A veces son una bendición y a veces una condena. Casi siempre hay contradicciones y convive lo positivo y lo negativo. ¡Cómo dudar de que muchos asturianos se dejaron la vida en las minas, o que Ascó ha vivido el riesgo de tener las centrales al lado!
En todos los casos, hay quienes se opusieron y se oponen a esas actividades. Pero lo que es particular y único del turismo, que también tiene impacto en su territorio, es la dirección en la que se orienta la oposición: al turista.
Nunca jamás nadie pensó en atacar a los usuarios de la luz eléctrica para cuestionar las centrales nucleares; jamás nadie cortó el camino a los fabricantes de detergentes que se nutren de productos químicos de Tarragona; no he visto a nadie que atacara a las eléctricas por usar el carbón asturiano. El objeto de las críticas, cuando han existido, siempre ha sido el propietario de la central nuclear, la empresa minera, la petrolera que refina y que se beneficia de su negocio. Si acaso, también los políticos que han permitido aquellos negocios porque lo primero siempre es la regulación legal. Pero nunca el conductor de los coches que usa el combustible.
En cambio, ahora mismo es frecuente que quienes rechazan el turismo agredan verbalmente a los turistas. Es como si entre el turista y el ciudadano no hubiera nadie. Como si el turista hubiera sido quien autorizó los alojamientos vacacionales, quien hizo el planeamiento, quien los construyó, quien ostenta la propiedad, quien fuera cada año a las ferias turísticas a venderlo y quien ha regulado su modo de operar. Parece que él es el culpable de todo. Como si no hubiera nadie en medio que, digo yo, alguna responsabilidad tendrá.
Al turista que planea un viaje le da absolutamente igual viajar a Mallorca que a Bodrum, a Larnaca que a Fuerteventura, a Faro que a Salou. Como al conductor de coche que pone combustible le importa un rábano lo que pasa en nuestras refinerías, en nuestros puertos, o qué gasolinera se lleva una tajada de su afición al motor. O de su necesidad.
El turista, como el conductor, se preocupa de comprar un producto con garantías, de no viajar como un marginal. Y basta. Entiende que las autoridades españolas, que las empresas mayoristas intermediarias, que las propiedades de los establecimientos a los que acuden, han hecho las cosas bien. Incluso, que les interesa que viajen.
Aún así, hoy puede encontrarse con ataques personales que ignoran en primer lugar, la educación y, en segundo, el sentido histórico de hospitalidad que tienen los pueblos, casi todos, incluidos nosotros. Es verdad que hablar de hospitalidad con la mercantilización absoluta de los viajes es un poco peregrino, pero la cuestión fundamental es que es muy desalmado atacar a quien seguro no tiene nada que ver con las decisiones que llevaron a que España tenga el turismo que tiene hoy.
Hoy vi un cartel de un grupo radical que, en contra de lo habitual, me pareció oportuno: explicaba al turista los problemas derivados de este negocio en lo que respecta al mercado de la vivienda. Sin insultarlos, sin acusarlos. Porque antes algo de responsabilidad tendrán los propietarios de las cien mil viviendas que han dejado de alquilarse a residentes para entrar en las plataformas online; y los políticos que lo han permitido y que aún hoy unánimemente siguen defendiendo esa decisión, a excepción de algunas ciudades, muy pocas, que parecen querer desandar el camino. Lo máximo que nos dicen es que quieren que se cumpla la ley, como si eso tuviera mérito. Era lo menos que esperábamos.
A mí, francamente, me da vergüenza atacar al turista porque yo también soy turista y no tengo ni idea de la historia de los hoteles, restaurantes, rent a car, aerolíneas o autocares que empleo en mis viajes. Muchos menos soy responsable de lo que esté mal. Yo no me leo los convenios colectivos de los hoteles en los que me alojo, como usted tampoco mira qué cobra el niño que estampa su camiseta de tres euros en un barrio de Dacca. Si alguien no me quiere como turista, que no venda el producto. Lógico.