
Igual que todo viajero tiene un pasaporte para cruzar las fronteras, el Gobierno inglés quiere que también tengamos un pasaporte de carbono, donde se registran todos los viajes y las correspondientes emisiones de CO2.
Cada persona tendrá un límite de CO2 a producir, de modo que según lo que haya viajado, se puede quedar sin posibilidades de hacer más desplazamientos y en ese caso se deberá conformar con quedarse en casa. La idea ha sido explicada por Ross Bennett-Cook, profesor universitario, que dice que “los impactos negativos del turismo en el medio ambiente se han hecho tan graves que es inevitable aplicar cambios radicales”.
El informe explica que esta es una solución a medio plazo que puede cambiar el rumbo de las emisiones del turismo. La idea ya fue discutida por los parlamentarios británicos, pero la puesta en marcha no se ha producido.
Por ejemplo, el profesor explica que, si se concedieran dos toneladas de emisiones a cada persona, eso serviría para dos viajes a Nueva York y de ahí en adelante, en casa o inmediaciones.
Este proyecto tiene una gran ventaja sobre todo lo que tiene que ver con subir impuestos a los viajes, y es que afecta por igual a pobres y ricos y no condena a los primeros a pagar la factura de la contaminación.
Pese a todo, su puesta en marcha exige un clima parlamentario que hoy aún no se da en Gran Bretaña.