
La organización pancatalanista Arran ha exhibido la quema de fotos de cuatro hoteleros y de la presidenta balear. Las democracias permiten la libre expresión de ideas, pero sin que ello faculte para incitar al odio hacia quien actúa de otro modo. Que este tipo de terrorismo en el año 2025 siga dándose en la Europa más desarrollada puede asustar, pero quizás, y más aún, que no tenga consecuencias.
Se puede abrir un debate sobre los verdaderos culpables de la miseria. Primero, sobre si uno se siente responsable de algo, o sobre si solo es víctima permanente. Y segundo, sobre si se le puede llamar miseria a quien el Estado le proporciona seguridad, cobertura sanitaria, educación, prestación al desempleo, infraestructuras de transporte, o polideportivos y centros culturales, todo ello de un nivel más que aceptable. Pero la discrepancia nunca puede ejercerse mediante el vandalismo más aterrador.
Las caras que han hecho arder tienen detrás a familias. Hijos, hermanos o primos, que es fácil imaginar su sensación al ver que existen en su misma ciudad elementos que les desean y amenazan con el peor de los destinos. Nadie merece vivir asustado, y menos los niños. Pero hay un colectivo que presume de esta acción, y que forma parte de la cantera de un partido político ampliamente conocido. La violencia de cualquier tipo debería condenarse para todo el que se declare demócrata y tolerante hacia las ideas de los demás.
Ha sido un momento triste para una sociedad que ha prosperado tanto en su convivencia e integración. Se ha vuelto a actuaciones más propias de la Edad Media. Si un ciudadano cogiera una foto de la mártir republicana Aurora Picornell y la quemase, sería tan execrable como si otro lo hiciera sobre el mártir religioso palmesano el beato Luis Belda, fusilado en 1936. Y también hoy con los vivos, se llamen Simón Pedro Barceló, Gabriel Escarrer, Miguel Fluxá, o Carmen Riu, o sean propietarios de viviendas vacacionales que las hayan sacado del mercado residencial de hogares.
La Justicia y el repudio social no deberían hacer distingos. Los medios y actores civiles pueden expresar su rechazo o aprobación a la crítica de fondo sobre el turismo, pero precisamente quienes más comulgan con la turismofobia sería necesario que liderasen la repulsa más enérgica a esta forma en primer lugar y por encima de todo. De una parte porque, de no hacerlo, se desacredita enormemente su causa, pero sobre todo, y de otra parte, por un mínimo de decencia, y con ella la satisfacción con uno mismo y algo de paz con su conciencia.
Ni las minorías más minoritarias deberían verle alguna gracia o simpatía hacia estas agresiones. El peligro es que recurrir a este terrorismo se demuestra muy útil para llamar la atención, pero por ello se hace necesario poner todo para que a nadie se le ocurra repetirlo, empezando por los cómplices. Esta España neardental que quema fotos de empresarios, o que viaja salvajemente a Torre Pacheco, no ha de seguir ampliándose, por mucho que haya problemas y que todo se pueda mejorar. No debe dejarse que esto se normalice con impunidad.