
Las últimas semanas en Mallorca están defraudando las expectativas en cuanto a volumen de turistas. Para las siguientes se prevé igualmente una bajada respecto al año anterior, salvo un agudo cambio con las ventas de última hora. Y lo peor es que se acumulan varios factores para acentuar el desprestigio de la isla.
En las vías públicas se aprecia menor densidad de gente para finales de junio, de igual modo que ha estado ocurriendo días atrás. La cuna del turismo vacacional ha llegado a la temporada alta sin haber hecho los deberes, acentuando los problema que arrastraba. El último de ellos, el tortuoso estado del aeropuerto.
Ahora se suma una convocatoria de huelga, que hará mucho ruido. No se espera una asistencia masiva, como ya pinchó la manifestación contra el sector de hace dos domingos, cuando en solo un año perdieron nada menos que cerca de un 80% de afluencia. Sin embargo, estas concentraciones generan un amplio eco en los mercados emisores.
A este desprestigio internacional, apenas ya contrarrestado por una repudiada promoción turística, se le ha unido la sucesión de calamidades en el aeropuerto. Las tarifas hoteleras, asimismo, siguen subiendo, ya que se prefiere perder ocupación, ante la dificultad para encontrar trabajadores, y el disparado absentismo.
Mallorca atestigua así perder brío, entre cierto descuido de sus autoridades, dando por sentado que el motor económico funciona casi solo. Los mensajes y los hechos no vienen siendo especialmente positivos, y puede que a estas alturas ya sea tarde para revertir la que sería primera caída desde la pandemia. Los principales responsables serán los mismos que fomentan el modelo de Airbnb, en contra del interés general de la ciudadanía anhelando una vivienda más asequible.