
Hace unos días me hice una foto con mi amiga Loes. Las dos estamos felices, con nuestras criaturas recién llegadas al mundo, con cara de dormimos-poco-pero-merece-la-pena y esa luz que nos dan los atardeceres de la costa de Cádiz (las ojeras van ocultas tras las gafas). Miras la foto y, a simple vista, podríamos parecer iguales: dos madres, dos bebés, una calle gaditana. Pero si juegas un poco, como en esas revistas de verano, puedes entretenerte con un clásico: “Encuentra las 7 diferencias”. O algunas menos, aunque sí hay unas cuantas.
Spoiler: una es autónoma… la otra no.
Primera diferencia: el preparto
Loes, asalariada, dejó de trabajar semanas antes del parto. Como debe ser. Con tiempo para descansar, hacer la maleta del hospital, elegir la primera puesta del bebé y hasta (quién pudiera) repasar las clases de preparación al parto. Yo… trabajé hasta que rompí aguas. Literal.
Mientras Loes organizaba su baja con tranquilidad, yo hablaba con la mutua intentando demostrar que dirigir un alojamiento turístico en plena temporada alta no es precisamente un trabajo de oficina con plantitas en la recepción y una infusión en la mano. Spoiler 2: sí, implica riesgo. Si coordinar turnos, proveedores, clientes, reservas, escapadas de última hora y llamadas a deshora no entra en la categoría de “actividad intensa”, habría que redefinir el concepto.
Segunda diferencia: el sueldo

Loes cobra su sueldo completo durante su baja. Yo, como autónoma, tengo un tope. Da igual si normalmente facturas el doble o el triple. Aquí no importa lo que generas, sino lo que cotizas. Y lo que cotizas… bueno, lo que puedes permitirte cotizar. Porque a veces elegir la base mínima no es una estrategia, sino una supervivencia.
¿El resultado? Te encuentras con un ingreso mensual que, con suerte, te da para un carrito de segunda mano, tres paquetes de pañales y un par de cafés en el bar. Pero nada de lujos. Ni Netflix. Ni babysitter. Ni siquiera esa luz de noche que se enciende con sensor y dice “shhh” al bebé.
Tercera diferencia: la sustitución
Loes simplemente se dio de baja. Organizó su trabajo, se despidió de sus compañeros y la empresa se encargó del resto. Una nueva persona asumió su puesto de forma natural y ella pudo centrarse en lo que tocaba: nido, oxitocina, paseítos al sol y aprender a sobrevivir con tres horas de sueño entre toma y toma.
Yo, para poder descansar y atender a mi bebé (o al menos intentarlo), tuve que buscar a alguien que me cubriera. Contratarlo. Formarlo. Pagarle. Y todo eso, semanas antes de dar a luz. Porque si no lo haces tú… ¿Quién lo hace? ¿El espíritu de la conciliación? ¿Un ente público? No. Solo tú, y tu cuenta bancaria.
¿Bonificaciones? ¿Subvenciones? ¿Un diploma acreditativo del Ministerio de Trabajo? Nada. Solo el recibo del banco y la certeza de que has invertido dinero para permitirte descansar, un derecho que, en teoría, ya tenías.
Cuarta diferencia: el sueño
Esta no es económica, ni legal, ni laboral. Pero también pesa: el bebé de Loes duerme casi toda la noche. El mío, no. Ella es holandesa, y no sé si eso influye… pero desde luego, esa diferencia se nota cada mañana. Porque cuando duermes, todo se lleva un poco mejor.
Pero no todo es drama
No, no hemos venido aquí a quejarnos (al menos no más de lo habitual). Porque seamos claras: ser asalariada tampoco es la panacea. También hay presiones, reuniones a deshora, jefes poco empáticos y departamentos de recursos humanos que no siempre hacen honor a su nombre. Solo que, al menos, hay una red que cubre un poco más el salto.
Loes y yo compartimos biberones, memes, dudas, pañales y hasta estrategias de supervivencia en noches infinitas. Y aunque yo tenga que revisar facturas mientras duermo al niño en brazos y ella pueda, en teoría, ver una serie sin interrupciones (vale, esto es mentira), sabemos que estamos en el mismo barco… solo que con camarotes distintos. Uno con camarera de planta; el otro, con goteras y una linterna de emergencia que a veces no funciona. También he de decir que en mi barco no estoy sola, cuento con dos socios maravillosos que me apoyan (con hechos) en esta etapa.
Conclusión: La conciliación son los padres
O mejor dicho: la conciliación eres tú, tu bolsillo, tu previsión y tu santa paciencia. Porque en este sector nuestro, el del turismo y la hostelería, la conciliación no viene de serie, especialmente si eres emprendedor; esto es, profesional autónomo. No es un derecho garantizado, es un puzle que tienes que montar tú misma, con piezas que a veces faltan, sobran o no encajan del todo.
Y si algún día aparece una ley que cuide de verdad a las personas que generan empleo, que maternan, que sostienen negocios y familias… ese día invito yo.
Pero hasta entonces, seguiré jugando a “encuentra las diferencias”. Porque en esta foto, aunque parezca que estamos igual… hay muchas cosas ocultas que no se ven.