
La reducción de la jornada que el Gobierno está en vías de introducir genera problemas superlativos en el mundo del turismo, donde son frecuentes los servicios que requieren presencialidad durante las 24 horas (La reducción de jornada “pone en peligro a muchos hoteles”).
Ahí es donde este invento hace auténtico daño. Y no aporta nada, por supuesto.
Porque si usted mira una empresa de construcciones, con esta nueva jornada los empleados trabajarán un poco menos y al final de la obra habrá que añadir unos días u horas más, dependiendo del caso. No hay más impacto que el coste de esas horas.
En el caso de la recepción de un hotel, de un call center o de un servicio de bar permanente, este cambio hace que sea necesario un trabajador adicional para atender una hora y media de servicio, lo cual genera un caos interno complicadísimo de resolver. Habría sido más conveniente reducir la jornada de ocho a seis horas diarias que habría ido mejor porque habría justificado una nómina más –en este caso concreto, por supuesto.
Por lo demás, esta locura demagógica que nos pueda hacer pensar que esa reducción de jornada va a beneficiar a alguien, no es comentable. Cuando se crean climas maniqueos de este tipo lo único posible es dejarlo correr. O preguntarse por qué los países que crecen no hacen estas tonterías. Pero esto ya es muy sutil.
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