Baleares ha tocado fondo, puesto que todas las opciones políticas demuestran seguir el mismo modelo destructivo de crecimiento. Lo que critican en la oposición es lo que hacen cuando están en el poder. Cuando gobiernan hacen suyas las mismas proclamas de la minoría beneficiada de este dislate, mientras cuando están fuera de las sillas de mando se ponen del lado del interés general.
Estos días se ha escuchado con sonrojo la reivindicación del alquiler vacacional por permitir a las familias “tener algún beneficio” del sector turístico, con la cabeza del Govern defendiendo a los propietarios de viviendas turísticas que tienen un alquiler “reglado, de calidad y que obtienen unos ingresos extra” (Agencias y sindicatos junto a Escarrer contra Airbnb).
Esta medida supondrá un hito histórico en el declive y decadencia del archipiélago, con el fomento de un modelo del más bajo valor añadido, y contribuyendo a acelerar el éxodo de isleños hacia la península al no poder sufragar una vivienda, ante la negativa de los caseros de dedicar a los residentes sus inmuebles, y preferir por un poco más de dinero centrarlo en el turista.
Las incomodidades de la masificación, los problemas de convivencia y la degradación de la identidad tendrán así a unos rostros culpables muy identificados que el tiempo juzgará como responsables de uno de los mayores golpes que las esencias isleñas jamás habrán sufrido.
Presentarse como líderes del repudio al hotelero se ha convertido en un aparente arma a la hora de captar votos, y parece que el plan de campaña va a dar prioridad a ello, aún pese al incalculable perjuicio que a largo plazo va a suponer la autoría de medidas como legalizar 90.000 plazas de alquiler vacacional, contra las cuales también se han manifestado tanto sindicatos como agencias de viaje.
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