
Existe en el inconsciente colectivo balear el paradigma de que si el hotelero gana, significa automáticamente que el resto pierden. Así puede explicarse que cada vez que algún líder de este gremio da su opinión sobre lo más conveniente, haya un espectro que le acuse de solo pensar en lo suyo. Los políticos de ambos lados quizás traten por eso de presentarse como enfrentados a los hoteleros. El caso de Airbnb es el más gráfico de esta mentalidad. Los ecologistas inicialmente apoyaron este modelo, creyendo lo de ‘democratizar el turismo’. Años después, al ver sus efectos, reconocieron públicamente su error, y admitieron que provenía del planteamiento de atizar a su odiado empresario del alojamiento reglado. Pero hoy poco sigue sin cambiar. Aunque existan periódicos de izquierda que cargan contra el alquiler vacacional, en cuanto sus defensores estigmatizan a un gran hotelero, le dan a la crítica la mayor cobertura, abriendo su portada a todo ancho de columna. Lo primero es desprestigiar, aunque ello sea a costa de ser cómplice de quienes están causando un daño mayor al conjunto. Es decir, que para lastimar ligeramente a un hotelero, se prefiere una herida mayor para uno. Y se obvia que para estos empresarios, lo que generan en su tierra es un porcentaje ínfimo de su negocio, y que si se exponen a los ataques no debe ser por cuanto ganen de más con ello, puesto que apenas variará, sino que es compatible con defender el mejor futuro para todos.
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