Yo me creo las cifras oficiales de inflación. Pero comprendo que en el día a día hay tantos ejemplos de subidas de precios descomunales que, en ocasiones, aquello de las cifras oficiales exige mucha credulidad. Muchísima.
Todos recordamos, no hace tanto, cuando en los aeropuertos españoles aparecieron botellines de agua a un euro. Como en general lo que se vende en los aeropuertos es mucho más caro que lo que se vende fuera, yo al menos pensé que debió de ser una imposición, una exigencia. No, no podía ser que algo fuera barato. Y más algo de mucho consumo.
Ahora, esos mismos botellines están a 2,50 y algunos de ellos a tres euros. O sea, un aumento del 150 por ciento. ¿Se corresponde esto con lo que les han subido los salarios? ¿O con lo que ha subido su pensión? ¿O con cualquier otra variable conocida? ¿O con los cupones que dan las aerolíneas para tomarse un refresco en caso de un retraso importante?
No, claro.
Pero da un poco de vergüenza ver cómo en los aeropuertos, propiedad de una empresa estatal, en un país con un gobierno sensible como ninguno al sufrimiento de los humanos, se perpetran abusos de tal tamaño sin más, sin proporción, sin que nadie explique nada.
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