Los periodistas defienden la objetividad de la prensa: un modo de aproximarse de forma imparcial a la realidad, de forma que no haya inclinaciones de ningún tipo ni en favor ni en contra de los protagonistas de lo que estamos contando.
Queda estupendo cuando uno lo dice o cuando lo escribe, pero yo no termino de creerme nada porque yo creo que el mundo de las ideas, de las filias, de las fobias, de las aproximaciones a los datos es tan sutil y resbaladizo que siempre, siempre, estamos expuestos al engaño y a la tontería.
Y no lo digo sólo por la prensa de provincias, que sobre todo ahora trabaja con recursos muy limitados, sino también a los grandes medios, a los intocables, que digan lo que digan están impregnados de unas formas y de unos protocolos que definitivamente lo sesgan todo.
Este viernes, el aeropuerto británico de Londres se quedó sin luz. Obviamente, debería de haberse disparado un sistema alternativo de electricidad que permitiera que ese monstruo pudiera siquiera funcionar a la mitad de capacidad, pero nada de eso ocurrió. Cayó todo y no funcionó nada.
Entonces, aplicando el manual, los medios más serios titulaban: “El cierre de Heathrow levanta dudas sobre los planes de contingencia”. O sea que no todo el mundo quedó convencido de que los planes de contingencia no funcionaron. Porque eso es lo que significa “levantar dudas”, poner la certeza en entredicho.
No, esto es una tontería de periodista. Aquí no hay duda alguna: el plan de contingencia, si existía, no funcionó. De eso no hay duda, claro. De lo que hay duda es de que el periodista tenga que estar a medio camino entre el suministro y el apagón de luz, para respetar las formas, para que parezca equilibrado. Ha sido un apagón de libro y una chapuza sobre lo único que no hay son dudas.
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