Yo leo con interés el río de acusaciones contra Ryanair por los abusos que comete con sus clientes, por cobrarles un dineral por un centímetro de nada que se pasó la maleta, por haberse olvidado de un miserable papelito, etcétera (Michael O’Leary viaja a Madrid para mofarse del ministro Bustinduy).
Pero no es mi experiencia. Yo llevo desde el año 2005 viajando con Ryanair, con notable frecuencia en los últimos años, y sólo tuve problemas muy al principio cuando te recargaban por pagar con algunas tarjetas de crédito o de débito. Desde entonces, no tengo nada que decir.
Ministro, yo vendría a ser de esos masoquistas a los que tú dices que le engañan una y otra vez y siguen volando con el mismo proveedor. Sí tú lo dices… Efectivamente, es una compañía que va a lo suyo –pero no conozco ninguna que vaya a lo mío–, con la cual yo al menos vuelo barato, con puntualidad y seguridad.
O sea que mi elección es consciente y deliberada, por lo que entiendo que alguien debería respetar mi derecho a escoger esto. Si ustedes lo llaman engaño, pues venga, sea un engaño. Para mí, no lo es. Pero, en todo caso, el engaño consciente debería estar permitido. Ustedes dicen que Ryanair me miente y yo quedo informado. Os lo agradezco mucho, pero no cambiaré. Dejen que escoja ser engañado. Al menos me lo habéis advertido.
Por cierto, tengo la impresión de que no soy el único que se deja engañar así, con gusto. Porque los aviones suelen ir bastante llenos.
