Ahora se está iniciando la temporada alta en la Antártida y las previsiones de los turoperadores –es extremadamente difícil viajar por libre a esta región—para este año son espectaculares, según las ventas, superando todos los récords históricos (Nueva ruta de viaje de lujo: de Ciudad del Cabo a la Antártida en A340).
La Antártida no se podía visitar hasta 1991, excepto que se participara en alguna misión oficial. En ese año, se firmó un Protocolo de Protección Ambiental que, justamente, permitió las visitas de turistas, que no parece precisamente la mejor protección. En el primer año, apenas 6.400 visitaron la región.
De entonces a hoy los números no han hecho más que aumentar. Antes del Covid –recordemos que empezó a expandirse en marzo de 2020, pasado ya el verano de ese año—llegaron 75 mil viajeros, diez veces los del primer año.
Pero en el verano de 2022 y 2023 se superaron los cien mil visitantes, y el año pasado se superó ligeramente la cifra de 120 mil viajeros. Además, hoy se considera que esas cifras serán pulverizadas.
En la Antártida no existe ni se permiten estructuras que alberguen turistas de forma estable. Las visitas son en cruceros. Y con desembarcos en tierra (o en hielo, para ser más exactos). Está estipulado que ciertos residuos se tengan que ir con el viajero, pero hay muchos residuos menores del turismo que se quedan. Entre otras cosas ha aumentado el hollín y eso hace que cada viajero provoque una aceleración de la licuación de la nieve, del orden de 83 toneladas por visitante.
Algunos turoperadores han limitado el tamaño de sus cruceros, pero en Fildes Bay es frecuente ver colas de barcos esperando para amarrar, con los efectos que se generan.
