Samarcanda y Bukara son ciudades históricas en las que estuvo Marco Polo y cuanto comerciante medieval que haya existido. Su interés supera al de incontables otros destinos turísticos en el mundo. Pero nunca han sido populares. Incluso a veces en absoluto. Porque Uzbekistán lleva años luchando por abrirse paso.
Pero parece que lo está consiguiendo. Y ya saben que cuando un destino supera ciertos obstáculos –sobre todo la conectividad—queda en carrera.
Pero no piensen que ha sido fácil. Uzbekistán ha tenido que rebajar impuestos. Por ejemplo, los que invierten en el país no pagan impuestos por tres años, cinco o siete, dependiendo de la inversión. Sobre todo, busca hoteles, porque ahora hay aviones, pero ni hay infraestructura ni hay alojamientos. Ahora mismo tiene poco más de cinco mil hoteles (todo el país), con 155 mil camas. Pero ahí hay productos buenos y productos no competitivos.
Aunque a los occidentales les interesa sobre todo la ruta de la seda, hay mucha oferta interesante, menos histórica, fundamentalmente para públicos de países cercanos. Uzbekistán tiene variedad.
El turismo de salud y el gastronómico no se han de despreciar. Y también se está trabajando la rama MICE (congresos y eventos), que tiene alguna oportunidad de prosperar.
En todo caso, todo apunta a que 2025 será su año estelar, también para el turismo procedente de España, que ya comercializa este producto.