el hotel estaba lleno y las energías del equipo bajas porque llevaban toda la jornada trabajando sin parar. Que si preparando la lista de la compra para el preparar el pastel de murciélago de la cena, que si despejando telarañas de las columnas del lobby, que si intentando ordenar el rack para ver qué huéspedes habían hecho check out ese día.
Pero era noche de luna llena y con tanto ajetreo nadie se había dado cuenta de que tenían que prepararse para ello. Cuando el reloj de recepción -cargado de polvo y con su peculiar nido de cuervos- marcó las 12, empezó la pesadilla.
Din-don, din-don, din-don…
y así hasta doce interminables estruendos de campanadas que dieron paso a la pesadilla. Una multitud de personas abrieron de par en par las puertas del hotel, para abarrotar el hall de gritos, quejas y exigiendo la habitación que habían reservado.
Rostros pálidos, ojeras oscuras y cabelleras desaliñadas estaban haciendo entrar en pánico a los recepcionistas más antiguo del hotel y a la compañera que apenas llevaba dos meses detrás del mostrador.
“¡Busca el planning de entradas de hoy!”, gritaba él. “¡Ya he revisado las 5 montañas de papeles del back office y no está en ninguna!”, le contestaba ella.
El revuelo ya estaba convirtiéndose en un campo de batalla. No había habitaciones para tantos huéspedes y su peor pesadilla se estaba haciendo realidad: ¡¡overbooking!!
Los recepcionistas intentaban calmar a los huéspedes, pero nada parecía funcionar. Las luces comenzaron a parpadear, entró un aire gélido y el reloj comenzó a resonar, aunque no era ninguna hora en punto.
En ese momento…
se oyó un estruendo que dejó a todos los huéspedes mudos. Se había abierto una puerta que llevaba sellada años. Tanto era su desuso, que la mayoría de clientes ni siquiera se percatan de su existencia. Solo la conocían los empleados más veteranos, porque había pertenecido a un antiguo gerente que desapareció, precisamente, una noche de Halloween hace varias décadas.
Tembloroso y desorientado, se acercó al mostrador de recepción y dijo a sus compañeros con voz carrasposa: “vosotros también tenéis la maldición del overbooking por vuestra mala gestión. Ya no hay nada que podáis hacer, a no ser que uséis la tecnología correcta…”.
Entonces, cuando sonó la última campanada de aquel enorme y ruidoso reloj, los huéspedes comenzaron a desvanecerse en el aire, a convertirse en polvo, dejando tras ellos únicamente un débil eco que repetía: “os dejaremos unas reseñas terribles, terribles, terribles, terribles…”.
Las luces volvieron a la normalidad,
el eco seguía resonando y los recepcionistas -aun temblorosos- comprendieron que la maldición del overbooking no se trataba de ningún tipo de magia ni brujería, sino de su mala organización.
Tras observar cómo había quedado el lobby después de aquel desastre, los recepcionistas comprendieron que la única manera de romper el ciclo y evitar futuros desastres sería actualizar su sistema y dejar atrás los viejos métodos de gestión.
Porque, en el mundo hotelero, el verdadero terror no viene de lo sobrenatural, sino de la desorganización.
A la mañana siguiente, cuando el director del hotel apareció por allí y escuchó todo lo que había pasado dijo: “esto solo puede solucionarse con Noray ToBook”.