La pandemia, con su elevado número de víctimas y el devastador impacto económico, se ajusta perfectamente a la definición de «catástrofe» según la RAE. Considerando el aspecto económico, la drástica caída de ingresos experimentada por el turismo no puede subestimarse. Desde marzo de 2020 hasta marzo de 2022, los datos revelan un escenario desolador: dos meses sin ingresos, ocho con una reducción superior al 90%, tres con más del 80%, dos con un 60%, dos con un 50%, tres con un 30% y dos con más del 10%.
Resulta desconcertante que Gobierno y Unión Europea, conscientes de que esta crisis requería enfoques diferentes a los de 2009, implementaran una serie de programas con medidas especiales, como ayudas, subvenciones y créditos, para mitigar sus efectos, pero, en cambio, no considerara el brutal impacto en el turismo y el peso de este en la economía española.
El turismo en la crisis del COVID-19: la mayor caída sectorial de la historia
Ni en la crisis del 29 ni en las posteriores, un sector económico ha tenido un descenso tan brutal como el del turismo durante la pandemia.
Una crisis se caracteriza por una disminución significativa de la actividad económica durante un período de tiempo determinado. Esta definición nos permite identificar claramente cuatro variables cruciales que deben ser consideradas para evaluar su gravedad, tanto desde una perspectiva económica como estadística. Estas variables incluyen el porcentaje de disminución en la actividad económica general o sectorial, la velocidad a la que se produce, la duración de la misma y el tiempo necesario para recuperar el nivel de actividad económica previo al inicio de la crisis.
El crack de la bolsa de Nueva York de octubre de 1929, que dio lugar a la Gran Depresión y causa directa de la Segunda Guerra Mundial, es sin duda la mayor y más prolongada crisis de las padecidas en los últimos cien años.
El descenso del PIB mundial en el periodo 1930-32 fue del 17,6%, en la posguerra de 1945-46 del 15,4%, del 6,7 % en la guerra de 1914-18 y en las sucesivas crisis del petróleo de 1973, 1983 y 1991 del 0,5%, 1,3% y 0,3%, respectivamente.
La crisis más reciente de las hipotecas subprime de 2009, supuso un descenso del PIB del 2,9%, y todos recordamos su impacto, dureza, las dificultades que generó y su prolongada duración en España.
Durante el primer año de la crisis del Covid-19, se estima que la disminución del PIB mundial fue del 2,8%, similar a la registrada durante la crisis de las hipotecas, pero entre 2 y 10 veces superior a las crisis del petróleo.
Como es lógico, no todos los sectores se ven afectados con la misma intensidad o de la misma manera. Durante la pandemia, el sector turismo tuvo una paralización total, sin precedentes en comparación con otros sectores o crisis anteriores.
En el Crack de 1929, el sector que sufrió una mayor caída del PIB fue la construcción; en tres años bajó el 67% con respecto a 1929, llegando en 1932 a ser solo el 33 % de lo que era en 1929.
La bajada de ingresos del turismo en España, tanto a nivel internacional como nacional, fue dramática. Fue ocho veces superior a la del sector de la construcción en Estados Unidos en 1930, cuatro veces mayor que la del 1931 y un 20% superior a la del trienio 1930-32. Si consideramos que la caída del sector de la construcción en Estados Unidos fue entre 1,8 y 3,1 veces más pronunciada que la de otros sectores, queda demostrado que ninguna otra industria ha enfrentado y superado una crisis de la magnitud del turismo durante esta época. Por otra parte, hay que tener en cuenta que el sector de la construcción representaba solo el 3,14% del PIB en Estados Unidos, mientras que el turismo en España suponía casi el 13% del PIB, lo que significa que era un 400% más significativo que la construcción en Estados Unidos.
La construcción en Estados Unidos bajó en tres años un 67%, el turismo internacional bajó el primer año en España un 88%, el nacional un 77,2 % y el conjunto de ambos un 80%.
Comparando el desplome del turismo con la caída de la construcción en España, las cifras son todavía más sorprendentes. El sector experimentó una caída 12 veces mayor que la construcción en el año inicial, 2009, 3,3 veces más en el acumulado de los años 2009-2010, 2,1 veces más que en los tres primeros años. Entre 2009 y 2014, en seis años, el descenso total fue del 53,9%, muy inferior al 80% en el primer año del turismo.
A finales del año 2022, la construcción, catorce años después de la crisis de las subprime, tiene un PIB un 46% inferior al del año 2009, y solo un 10% mayor que el del año 2000.
Por último, si vemos el comportamiento de uno de los sectores que a nivel mundial también se vio muy afectado por la pandemia, el del petróleo, las cifras del turismo multiplican con diferencia las del sector energético, tanto a nivel global como por países y líneas de producción.
Estos datos clarifican que el turismo, ha experimentado una crisis única en rapidez e intensidad. Además, destacan su capacidad de recuperación frente a otros sectores, ya que en el segundo año se había detenido la bajada y empezaba a recuperarse con fuerza. Esto era de esperar, dado que después de bajar más de un 88%, es más probable volver a crecer, aunque las cifras fueran considerablemente inferiores a las del año base de 2019.
En 2023, el turismo ha recuperado el nivel de actividad pre-pandemia de 2019 y en 2024 las previsiones son que supere ampliamente las cifras de 2019, aunque parte de este incremento sea debido a la subida de precios y no a la actividad real.
Estos datos son la mejor prueba de la capacidad de recuperación y resiliencia del turismo en su conjunto.
En cualquier caso, todas las comparaciones que puedan hacerse demuestran claramente que el turismo ha sufrido una crisis de intensidad y magnitud a la que ningún otro sector se ha enfrentado nunca.
A efectos comparativos, el único subsector con el que podría establecerse una cierta similitud, sería el sector cárnico de vacuno en la “crisis de las vacas locas” del año 2000. En ambos casos, hubo una paralización total y rápida, pero mientras que en el turismo esto afectó de manera generalizada, en el sector cárnico no sucedió lo mismo. Ya que el resto de los subsectores cárnicos y sus industrias derivadas, no se vieron igualmente afectados y contaron con ayudas concretas, eficaces y directas para mitigar los daños.
Volviendo a los cuatro factores que determinan el nivel de gravedad de una crisis económica, vemos claramente que el turismo ha experimentado una caída récord en términos de intensidad y rapidez. En cuanto a la duración, aunque en el año 2021 se encuentra muy por debajo del nivel normal de actividad (alrededor del 50%), ha vivido un incremento de casi un 400% con respecto al año 2020. Por último, con respecto al tiempo de recuperación del nivel precrisis, se puede destacar un comportamiento muy positivo, pues si bien no ha alcanzado el nivel de actividad anterior a la crisis para finales de 2023, los ingresos sí han sido recuperados ampliamente, aunque sea a euros de cada año.
Es sorprendente cómo el sector turístico ha logrado sobrevivir en estas circunstancias y, además, esté contribuyendo nuevamente al escaso crecimiento económico que estamos experimentando.
Considerando que España es el país más turístico del mundo en términos absolutos y relativos, y que el turismo es el sector más importante de su economía, parece lógico que hubiera sido objeto de un plan de ayudas y subvenciones especiales en estas circunstancias.
No solo no ha sido así, sino que ha sido menospreciado, acusado de prolongar la pandemia, de creación de un inframundo y de explotación de los trabajadores, de no generar valor añadido, haciendo caso omiso de la realidad y necesidades del sector y provocando la desaparición de miles de empresas viables. En el caso del turismo no ha habido ninguna ayuda específica ni especial, sino las generales y las pocas ayudas que ha habido han sido en la mayoría de los casos a través de las CCAA y/o Ayuntamientos.
Hoy en día, el turismo, a pesar de la falta de ayudas y el desprestigio por parte del Gobierno, vuelve a ser el motor de la economía española. Gracias a este sector, se han mantenido y creado decenas de miles de nuevos puestos de trabajo. De nuevo, su contribución es fundamental para equilibrar la balanza de pagos de bienes y servicios, a la que incluso en la pandemia siguió aportando saldo positivo.
Muchas pymes y autónomos no pudieron resistir y se vieron obligados a cerrar. Y para las empresas turísticas que lograron sobrevivir a esta crisis ha supuesto un retraso de tres a cinco años en su desarrollo, un aumento del endeudamiento o la imposibilidad de disminuir su deuda, la paralización de inversiones y amortizaciones planificadas, y la pérdida de cuatro a cinco años de vida de sus contratos de arrendamiento. Pero, sobre todo, han tenido que enfrentarse a la discrepancia entre la realidad política y administrativa y la realidad empresarial.
Conclusiones
Sería lógico que el Gobierno hubiera implantado un Plan Estratégico de Recuperación y Supervivencia específicamente para el turismo español, respaldado por los líderes políticos, para convertirlo en realidad. Sobraban las razones para hacerlo.
En cuanto a la ejecución de decisiones y medidas, algunas fueron tardías y erróneas, agravando la situación del sector en lugar de aliviarla. Una vez más, se evidenció un divorcio total entre la realidad empresarial y los políticos que han demostrado nuevamente su incapacidad, ignorancia y falta de sensibilidad hacia un sector tan fundamental de nuestra economía.
Parece que los políticos han adoptado la postura de «que se las arreglen por su cuenta». Aunque no lo admitan abiertamente, esta parece ser su verdadera mentalidad y han actuado en consecuencia.
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